N+2: Street of Crocodiles - Stephen Quay & Timothy Quay (1986)

04 marzo 2012

Street of Crocodiles - Stephen Quay & Timothy Quay (1986)


Ulica Krokodyli / La calle de los cocodrilos
Polaco c/intertítulos en Inglés | Polish w/English intertitles | Subs: Castellano (propios)

The Street of Crocodiles se basa en el universo creado por el escritor polaco Bruno Schulz, un mundo de interiores polvorientos y lúgubres donde las muñecas y el espacio que ellas ocupan cobran inquietantemente vida propia. Considerado por Terry Gilliam como uno de "los 10 mejores cortometrajes de la historia" y admirado por cineastas como Tim Burton.



Se trata, una vez más, de una adaptación de otro de los escasos textos del escritor polaco Bruno Schulz, antes de ser asesinado por un oficial de la SS en un ghetto polaco, en el año de 1942. 

La primera vez que vi “Street of Crocodiles” corrí a leer entusiasmado el cuento homónimo de Schulz en el que se basa libremente el famoso cortometraje de 1986. Al igual que la obra de los Quay, me pareció fantástico.




Pienso que son geniales, pero debo decir que entiendo en alguna medida las críticas que se les hacen. Puede no gustar lo críptico de sus mensajes y su aparente superficialidad. Y en la mayoría de los casos tienen razón. Sus temas son ambiguos, oscuros y muchas veces gratuitos. Concedo todo eso. Pero su diseño, su estética, su arte son inigualables, y han marcado una línea que aún sigue vigente. El universo formal de los Quay es una pesadilla perfecta, afinado hasta los más mínimos detalles para crear una atmósfera de horror sin sobresalto, eterno, sin necesariamente encadenarse a la narración de una historia coherente. Y la fina animación es comparable, con justicia, a la del gran Jan Svankmajer, a quienes ellos mismos han considerado su gran inspiración.




También pienso que “Street of Crocodiles” es diferente al resto de su obra decididamente más formal y abierta. Aquí sí hay una historia de fondo, aunque evidentemente se cuenta en un sentido no tradicional, no para todos. Es la historia en sus partes más estructurales, sin contenido, motivada únicamente por el juego estético y las relaciones entre sus elementos. La narración más elemental, desprovista de la semántica, abierta a la interpretación, pero con suficiente estructura detrás para guiar al espectador valiente y atento. En mi opinión, existe una refexión ambigua e inconexa, suficiente para invitar a pensar a la mente abierta. No es fácil de ver. Y muchas veces eso es lo que asusta al espectador casual. Podrán pensar lo que quieran de los hermanos Quay, pero “Street of Crocodiles” es una obra maestra, y un momento fundamental en la historia de la animación.





En mi opinión, no debe entenderse como un acertijo, o un enigma que exige un esfuerzo para descifrarlo. Se trata de reflexionar con las relaciones formales entre los elementos, entender los cambios sutiles en las motivaciones ambiguas de los personajes, y descubrir sus debilidades para salir, al final de todo, envuelto en más confusión que nunca. Y eso es básicamente la trama. Un rito de pasaje inexplicable y aterrador, pero necesario. Un paseo por un abismo incomprensible , recompensado con una liberación agridulce, sin lección aprendida, sin posibilidad de redención. Y un deseo incontenible de volver para siempre a la oscuridad. 

Tampoco puedo explicarlo muy bien. ¿Quién podría? En cualquier caso, creo que explicarlo, en este momento, es lo menos importante.
chazcuaga (Chanimat)


Los hermanos Quay son gemelos idénticos, circunstancia que, unida al severo secretismo que estos creadores imponen sobre su vida y trabajo, puede propiciar toda suerte de fantaseo y elucubraciones sobre las reglas esquivas que rigen su universo privado. Sus películas quizás sean una privilegiada vía de acceso a ese lenguaje secreto que solemos atribuir –comúnmente sin excesivo conocimiento de causa- a esas parejas en las que se repite el rostro y, presuntamente, también la identidad. Quizás la escueta filmografía de los Quay sea el posible equivalente a la obra literaria de June y Jennifer Gibbsons, las "gemelas que no hablaban" cuyo caso recogió la periodista Marjorie Wallace en un libro perturbador: dos hermanas galesas encerradas en un paréntesis de silencio que sólo rompían en su soledad compartida, escribiendo compulsivamente diarios, relatos y novelas, y que fueron detenidas y confinadas en un hospital psiquiátrico (otro paréntesis) a principios de los 80 tras ser acusadas de piromanía y robo. O quizás para los Quay hacer películas ensimismadas sea la terapia ocupacional que les libra de entablar algún día ese diálogo de barbitúricos que acabó con las vidas de los ginecólogos neoyorquinos (y gemelos monocigóticos) Steven y Cyril Marcus, inspiradores del Inseparables (1988) de David Cronenberg.

Sus obras de animación son siempre un diálogo (o un esquizoide monólogo interior, o un juego de niños que se perpetúa, malsano, en la edad adulta) en el seno de esa soledad escindida: uno de ellos se encarga de mover a las figuras –muñecas fracturadas, espectros polvorientos, mientras el otro coreografía la luz y los movimientos de cámara. Los papeles son perfectamente intercambiables de una película a otra. Los hermanos Quay son, de hecho, intercambiables. Indistinguibles. Una sola identidad. Un único interrogante. En alguna ocasión los Quay han declarado: "Ser gemelos nos aisla de las exigencias de la realidad". Un buen día se cruzaron en la calle con una pareja de ancianas, también gemelas idénticas, y experimentaron el horror de enfrentarse a un espejo cruel.

En The Falls, largometraje dirigido por Peter Greenaway en 1980, los hermanos Quay, en una aislada excursión actoral, encarnaron a los gemelos Ipson y Pulat Fallari. La serialización de 92 biografías de individuos cuyo nombre incluía la secuencia de sonidos "fall" estructuraba el juego metalingüístico: las existencias de Ipson y Pular Fallari, representados en foto fija, ocupaban la biografía número 16. Los dos hermanos Quay (o Fallari) contaban, en definitiva, por uno. La relación entre Greenaway y los Quay cristalizaría, a partir de ese momento, en sugestivas coincidencias creativas: su compartido gusto por los museos, la catalogación, las taxonomías oníricas, su búsqueda respectiva de un equivalente visual del subjetivismo lingüístico de Joyce… Cinco años después de The Fall, Greenaway utilizaría a los Quay como inspiración para crear a Oswald y Oliver Deuce, los gemelos (y ex siameses) protagonistas de Zoo (1985), zoólogos obsesionados con la muerte y la putrefacción que, en la película, acaban filmando su propia muerte. Sin llegar a esos extremos, los Quay, de momento se conforman con construirse, a escala, una "realidad degradada" como la que Bruno Schulz levantó en sus páginas.



Las películas animadas de los hermanos Quay tienen algo de hallazgo arqueológico de una cultura ignota cuyos rituales y creencias jamás lograremos comprender. De objeto encontrado extraterrestre. De algo que se resiste a todo intento de descodificación. 

El crítico Gary Susman, al hablar de los trabajos de los Quay, se refiere al "arte perdido de un tiempo olvidado". En su conversación sobre los universos imaginarios de esta pareja de cineastas con su colega Jamie Hook, otro crítico, Charles Mudede, llegaba a la conclusión de que "la interpretación es una debilidad", tras afirmar que las películas de los Quay "subvierten el mensaje de un modo autoconsciente". Según Hook, "los hermanos Quay presentan un mundo donde los símbolos y las imágenes están vivos, pero se ocultan ante el deseo humano de narrarlos e intelectualizarlos". 

Los Quay, de hecho, podrían ajustarse a la definición de genio que formulaba el musicólogo Robin Maconie a propósito de Karlheinz Stockhausen –que no casualmente es el compositor de la banda sonora de In Absentia (2000), el último trabajo de animación de los gemelos: "Alguien cuyas ideas sobreviven a todo intento de explicación". 

De todo ello se infiere que cualquier intento de diseccionar los cuerpos extraños que los Quay han embalsamado en celuloide está condenado al fracaso (estas misma páginas llevan la palabra "fracaso" escrita, con tinta invisible, en su frontispicio): probablemente, no hay aproximación más risible al corpus de los Quay que la emprendida en una página de Internet por Stephen M. Scott, que intenta descifrar Rehearsals for Extinct Anatomies (1987) a la luz del concepto de "autenticidad" de Kierkegaard. 

Es fácil repudiar el cine de los Quay por su inescrutabilidad, por esa tendencia hostil a acorazar su lenguaje frente a toda invasión hermenéutica. De hecho, el estilo Quay es un acto de agresión contra el espectador cinematográfico aletargado por la facilidad y la fosilización narrativa de un medio que en ningún momento debió ser patrimonio exclusivo de prosistas empeñados en contar siempre la misma historia (o el mismo –limitado, reiterativo- ramillete de historias). El hecho de que las películas animadas de los Quay sean tremendamente difíciles de explicar no hace más que delatar la impotencia de ese espectador medio –o de todo espectador paralizado tras cien años de tradición del medio que no equivalen a cien años de evolución del lenguaje –ante una explosión de cine puro, libérrimo, a-narrativo. Sus películas están más cerca del poema visual, de la danza mecánica o de la corriente de conciencia, a pesar de contar casi siempre con un referente externo –la figura del maestro Jan Svankmajer, la inspiración literaria de Bruno Schulz, Robert Walser o del poema de Gilgamesh, que actúa siempre como clave de interpretación, finalmente inasible e incluso irrelevante ante el proceso de radical extrañamiento que la simágenes aplican sobre nuestra propia percepción del modelo de-construido. Los Quay no adaptan, ni traducen: interiorizan. Suzane Buchan define su obra como "un palimpsesto sinestésico de música, literatura, danza, arquitectura, diseño gráfico, lo sagrado y lo oculto, la patología y la metafísica". Quizás había una manera más sencilla de condensar todo eso: los que hacen los Quay es cine, en ese sentido amplio del término que los propios creadores y consumidores de eso que tan gratuitamente llamamos "cine" parecen desconocer.

A los Quay no les interesada nada uina posible lectura de esos referentes en su contexto histórico: en un primer lugar acuden atraídos por el hipnótico fulgor de su contexto estético, y finalmente se abisman (y se pierden) en la cosmología inagotable de sus pesadillas subjetivas, atemporales, eternas.

Extraído del libro "Quay Brothers" por Jordi Costa


Filmmakers Stephen and Timothy Quay (collectively, the Brothers Quay) are identical twins born in 1947 in the working class Philadelphia suburb of Norristown, Pennsylvania. The twins attended art school at the Philadelphia College of Art and the Royal College of Art, London studying illustration and later filmmaking. The uniqueness of their un-uniqueness (ie, their "twin-ness") coupled with their solitary, ex-pat existence in London obsessively toiling away at their puppet films for their own company Koninck Studio, and their uncanny habit of speaking as one, has gone a long way to position the Quays as "exotic." The Quays themselves, however, both perpetuate and critique this tendency to think of them as a freakish Chang and Eng without the shared living tissue by mocking their own exotic image in interviews while also shrugging their shoulders at their blue-collar American origins.

‎"La plaga de nuestra ciudad es el círculo vicioso de los billetes y la corrupción." 

Street of Crocodiles, as well as most of the Quays' short films, conjures up a world of aberrations existing just beneath the façade of our everyday reality where myth and pathology intertwine. The use of the term "conjure" is deliberate as it implies both a magical incantation and alludes to a process of alchemy whereby common objects are transformed into something magical or mysterious. Discarded and decayed puppets reassembled from disparate parts and objects like Frankenstein's monster, glass-eyed dolls, rusted screws, dust, string, scissors, hair, metal shavings, pins, and other everyday detritus are infused with secret life through a process not unlike alchemy—the process of cinematic stop-animation.

The idea of alchemy is crucial not only as the Quays create a magical existence for ordinary inanimate objects, but also because a Brothers Quay film created digitally is unthinkable. The material qualities and processes of photographic-based filmmaking are essential to the creation of the Quay's cinematic world. Unlike the encoded bits and bytes of digital filmmaking, photographic film relies on a transparent plastic material (such as celluloid or acetate) coated with a light-sensitive chemical (called emulsion) which when subjected to exposure to light forms a latent image of whatever is placed before the camera's lens. The actual physical presence of an object before the lens and the chemical processes of film developing help to give the entire mise-en-scene of a Brothers Quay film an alchemic materiality—or, if you will, a life.

Excerpt of "The thirteenth freak month: The influence of Bruno Schulz on the Brothers Quay"
by James Fiumara (Kinoeye)


1986: Festival de Sitges: Mejor cortometraje
1986: Festival de Cannes: Nominado a la Palma de Oro (mejor cortometraje)
1987: Fantasoporto: Mejor cortometraje


Música por Lech Jankowski. Producido por Atelier Koninck.


Rip propio del DVD original perteneciente a la recopilación "Quay Brothers: The Phantom Museum (1979-2003)" y Subtítulos en Castellano propios, transcriptos de la traducción hecha por Walter Flores del cuento original de Bruno Schulz, que puede leerse online aquí.

Uno de los mejores cortos que vi, disfruté y guardaré en mi memoria por siempre. Una obra eterna, perfecta.

Y, sin embargo, ¿acaso debemos descubrir el misterio final del barrio, el secreto cuidadosamente oculto de la calle de los Cocodrilos?

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1 comentario:

  1. Lo tenia guardado, hace mucho esperando el momento indicado para dejarme llevar por un universo tan áspero crudo y fascinante de Bruno Schulz Gracias hermanos

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